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  Serie TWINS (Paisajes tautológicos)

 Lo capital es el discurso y que este guste al Capital. Los argumentos y las mentiras, las opiniones deben organizarse en torno a un esquema previo, dirigido a condicionar las acciones y las ideas del otro. Esta es la clave para que un mensaje resulte exitoso. En el arte actual el texto es el discurso organizativo básico en torno al que se vertebra toda la argumentación artística. Un escrito bien estructurado que simula una coherencia compleja es un elemento de triunfo. En cambio, la obra es secundaria. Un acto sin ideas es un vacío en el mundo posmoderno.
   La lucha es contra el mundo y no contra el propio yo, que ya está convencido. Hay que persuadir al enemigo y para ello valen todas las armas: el engaño, el halago fácil, los espacios comunes, las ideas previas, las disertaciones vacuas disfrazadas de profundidad. Todo vale con tal de ser escuchado.

    El arte está lleno de aparato porque participa de un culto, de un boato dónde todo es pompa y circunstancia. Los clientes son los practicantes de esta nueva religión artística que se dejan guiar por los oficiantes de una parafernalia vacua e impersonal, de la que obtienen grandes réditos. Una las tareas primordiales del creador es dotar a su obra de la trascendencia necesaria para que cumpla los criterios de la liturgia moderna del arte. 

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            Francisco Ceballos presenta bajo el título TWINS un nuevo montaje expositivo donde alterna un dibujo difuso sometido a la tiranía del color., generando un proyecto interdisciplinar que experimenta con la línea y sus fluctuaciones, siendo las manchas que van surgiendo de forma azarosa las que van marcando el devenir del cuadro. Entre ellas se establece un dialogo de tonos que luchan por ser el dominante, sin que ninguno lo consiga de forma evidente. La obra pictórica de Ceballos aúna la tactilidad de la pintura fosforescente con la poética de las palabras traducidas en imágenes, recreando así escenificaciones de carácter fantástico, pero con un marcado acento espiritual.

            Una parte primordial del ritual contemplativo, común a todas las representaciones artísticas, es el silencio ascético pero el arte de Francisco Ceballos es puro ruido, ya que resulta de entrechocar y enfrentar elementos en una huida compleja de la disonancia, en la que fricción constante de los elementos plásticos genera su pensamiento cromático. Las pinturas, en gran formato sobre tela, vibran en un vacío sobre el que se impone el trazo gestual y la fuerza expresiva de una inteligente puesta en escena. Francisco entiende la pintura como un elogio al abismo que dialoga con arquitecturas imaginarias, recursos para la reflexión y levedades orgánicas que producen composiciones subyugantes. En la pintura de Ceballos los colores son notas, los volúmenes y las masas son los tiempos y los silencios.

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            Ceballos parte de un vacío completo, un gran agujero negro, vacío como la nada que luego irá llenando a golpes de color, sin conocer su destino final. El lienzo para nuestro artista no es tanto una superficie virgen como una angustia blanca; más bien es un espacio congestionado que debe ser aclarado de entre varias opciones mediante la exploración. El pintor rellena el lienzo, encuentra, retrocede y vuelve al principio, para de este modo encontrar el camino que es un retrato falsario, incompleto y veraz a la vez. Este viaje iniciático a los propios fantasmas interiores es el eco del propio rostro del artista que se organiza en torno a una muestra de retratos disonantes, pintados en cambio de fase.

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    La poética pictórica de Ceballos armoniza la simplicidad compleja y la más liviana rotundidad, como si quisiera fusionar los contrarios, lo que genera una profunda complicidad con el espectador, que es otra de las virtudes inherentes a sus composiciones. Esta elección es aún más difícil porque todo es posible, legítimo, válido en el orden abierto de las expresiones contemporáneas dedicadas a la cohabitación, al mestizaje más que a la exclusión, como pretendían los extremistas modernos de la superficie limpia.
    El arte de Frankallos no es narrativo porque cada cuadro es tiempo detenido, un fotograma aislado de un proceso vital en desarrollo continuo. Sus obras son superposiciones de fotogramas que se concretan en el último fotograma, allí donde la película se detiene en su momento crucial. El resto del filme está oculto tras capas de pintura. 

    Hay que considerar que el lenguaje atípico de los títulos de su obra no es tal. Responden a un proceso de realización, por el que las ideas se van acumulando en base a capas superpuestas y entre de ellas se establece un diálogo, un enfrentamiento del que surge ese nombre.
    El cuadro titulado “Deomótica” recoge la idea de que el futuro no existe. El futuro es el pasado, el recuerdo, la experiencia. El tiempo es una narración, elementos enfrentados en lucha por sobresalir. El futuro es una intención de hacer, es el anhelo basado en el conocimiento. El presente tampoco existe porque cuando llega ya ha pasado. Solo el pasado es real, es la memoria organizada en forma de intención y deseo. Se trata de una recreación de los cuentos infantiles en la que narración se va desarrollando en forma de capas alternas que se superponen fundiéndose y ocultándose.
    El cuadro titulado “Pajamental” incluye a dos personajes, cada uno o mira hacia el lado opuesto, enfrentados a su propia existencia. Están tristes, pero son modernos. 

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    Su trabajo es una batalla contra el enemigo principal, que es uno mismo. Su compromiso es una mentira porque lo que cuenta es pura parcialidad, ajena a la realidad más inmediata. Un juego que oculta las incógnitas y aflora una nueva realidad interior inventada que sirve para esconder los secretos. Es la subjetividad completa que nace del grito roto de la tela vacía y se va llenando de masas de color intenso hasta saturar de forma desgarrada y forzada el espacio del cuadro con un agresivo cromatismo hiriente que se desplaza desde lo más hondo del alma y saca al exterior toda su grandeza humana.

    Aún hoy, todavía algunos se aventuran a atrapar pinceles el vacío con lápices, fotografías o cámaras de video. Si no nos desesperamos por trabajar con formas irrisorias que revelan en sus extremos el puñado de preguntas que nos molestan, no es muy diferente de las que parecían motivar los gestos de nuestros antepasados: el arte solo existe para ser probado. Siempre debemos regresar al ruedo y agarrar a la bestia por los cuernos en medio de los rumores, las voces exigentes y las agitaciones. Busca con acción lo que eres.
    Quizás por eso la pintura de Ceballos parece contarnos siempre su propia historia. Es por eso por lo que no se puede, tratando de decir nada más, hacer como si todo siempre contara las condiciones de su permanencia, su genealogía, los movimientos que la conforman, el misterio que es su fondo.

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